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Departamento de Estado de los Estados Unidos
Oficina del Portavoz
8 de agosto de 2022

8 de agosto de 2022
El futuro de África
Pretoria, Sudáfrica

SECRETARIO BLINKEN: Muchísimas gracias. Buenas tardes a todos. Es maravilloso estar aquí. Es maravilloso estar en esta extraordinaria universidad. Al profesor Maharaj, a toda la dirección de la Universidad de Pretoria, gracias por recibirnos hoy en este magnífico campus.

Y Señora ministra, mi amiga Naledi, gracias por esa generosa presentación. Pero gracias especialmente por la asociación que hemos establecido, no sólo entre nuestros países, sino también entre nosotros, algo que valoro enormemente. Y le doy las gracias por ello.

Permítanme que dedique un momento a dar la bienvenida a otra persona, nuestro embajador designado en Sudáfrica, Reuben Brigety, que presentará sus credenciales al presidente Ramaphosa esta semana. Reuben, ¿dónde está?  (Aplausos).

Anteriormente, Reuben fue embajador de Estados Unidos ante la Unión Africana, entre otros altos cargos de nuestro gobierno, así como presidente y decano de múltiples universidades. No puedo imaginar un mejor gestor de las relaciones entre nuestros países.

Para mí es, sencillamente, maravilloso estar de vuelta en Sudáfrica. De hecho, ya he tenido el privilegio de visitarla varias veces, con el presidente Clinton, el presidente Obama y con el entonces vicepresidente Biden. Y las impresiones de esas visitas están muy grabadas en mi memoria.

Ver al presidente Clinton convertirse en el primer presidente de Estados Unidos en dirigirse a su parlamento, acompañado por una delegación de nuestro grupo del Congreso “Black Caucus”, muchos de los cuales fueron partidarios incondicionales del movimiento contra el apartheid y que representan parte de la vasta diáspora africana que enriquece los lazos de nuestras naciones.

Ver a nuestro primer presidente negro, hijo de padre keniata y madre estadounidense, de pie en la celda de dos por dos metros de Robben Island que en su día encarceló al primer presidente negro de Sudáfrica.

O escuchar el zumbido de las vuvuzelas mientras la selección masculina de Estados Unidos jugaba la primera Copa del Mundo celebrada en África. Así que algunos de estos sonidos nunca podrán dejar de escucharse, y algunas eliminaciones tempranas todavía duelen. (Risas.) Pero la esperanza no se pierde.

Hoy, como ha dicho la ministra, tengo el honor de exponer la nueva estrategia de nuestro gobierno para la asociación entre el África subsahariana y Estados Unidos. Es una estrategia que se basa en la amplia visión de la participación de nuestro país con la región, que tuve la oportunidad de compartir el pasado noviembre en Nigeria.

Y es apropiado exponer la estrategia aquí, en el campus del “Futuro de África”, una institución cuya misión es reunir a personas de diferentes disciplinas, orígenes y nacionalidades para abordar algunos de los retos más acuciantes de nuestro tiempo.

Nuestro futuro depende de jóvenes como los académicos y profesionales que vienen a estudiar aquí. Y, como han oído, en 2050, una de cada cuatro personas del planeta que compartimos será africana. Ellos marcarán el destino no sólo de este continente, sino del mundo.

También es apropiado porque la lucha de Sudáfrica por la libertad, y el valor y los sacrificios de quienes la lideraron, siguen inspirando a personas de todo el mundo. Sabemos que en su país, como en el nuestro, el largo camino hacia la libertad está inacabado. Sin embargo, los notables progresos que han realizado están a nuestro alrededor.

En 1956, 156 activistas fueron acorralados por reunir apoyo a la Carta de la Libertad, un documento que tenía la audacia de afirmar que Sudáfrica pertenecía a su pueblo. Cuando el juicio por traición comenzó aquí en Pretoria, entre los acusados se encontraban uno de los redactores de la carta, el profesor Z.K. Matthews, y un activista del CNA [Congreso Nacional Africano] en ascenso, Joe Matthews; padre e hijo, y abuelo y padre de la mujer que hoy es ministra de Relaciones Internacionales y Cooperación de Sudáfrica, la Dra. Naledi Pandor.  (Aplausos.)

Y quizás igual de importante para este público, ese título de “doctora” que precede al nombre de la ministra lo obtuvo aquí, en la Universidad de Pretoria.

Vemos ese progreso también en los logros de sus compatriotas sudafricanos: los recientes triunfos de las mujeres de Banyana Banyana, los hombres de los Springboks. (Aplausos). Las influencias musicales perdurables de Makeba y Masekela, el nuevo impulso del Amapiano y de pinchadiscos como (aplausos), ahí lo tienen, pinchadiscos como “Black Coffee”, que acaba de llevarse a su país un [premio] Grammy.

Por último, es oportuno exponer nuestra estrategia aquí, en Sudáfrica, porque existe un profundo vínculo entre nuestros países y nuestros pueblos, y todo lo que tenemos en común como democracias vibrantes cuya diversidad sigue siendo nuestra mayor fortaleza.

Nuestra estrategia se basa en el reconocimiento de que el África subsahariana es una fuerza geopolítica de primer orden, que ha dado forma a nuestro pasado, está dando forma a nuestro presente y dará forma a nuestro futuro.

Es una estrategia que refleja la complejidad de la región, su diversidad, su poder e influencia, y que se centra en lo que haremos con las naciones y pueblos africanos, no por las naciones y pueblos africanos.

Sencillamente, Estados Unidos y los países africanos no pueden lograr ninguna de nuestras prioridades comunes, ya sea la recuperación de la pandemia, la creación de oportunidades económicas de amplia base, la solución de la crisis climática, la ampliación del acceso a la energía, la revitalización de las democracias, el fortalecimiento del orden internacional libre y abierto…, no podemos hacer nada de eso si no trabajamos juntos como socios iguales.

Así que hoy me gustaría centrarme en cuatro prioridades que creemos que tenemos que abordar juntos y que constituyen el núcleo de la estrategia de Estados Unidos para el África subsahariana.

En primer lugar, fomentaremos la apertura, es decir, la capacidad de los individuos, las comunidades y los países para elegir su propio camino y dar forma al mundo en el que vivimos.

Cuando los líderes de los nuevos países africanos independientes se reunieron en 1963 para establecer la Organización de la Unidad Africana, predecesora de la Unión Africana, así es como empezaron su carta: “Convencidos del inalienable derecho de todos los pueblos a determinar su propio destino”.

Era una convicción nacida de la lucha de generaciones de africanos cuyo destino había sido determinado por las potencias coloniales. Este derecho inalienable depende de un sistema de normas y principios que los africanos han ayudado a forjar durante décadas a través de su liderazgo en instituciones como las Naciones Unidas y la Unión Africana.

Sin embargo, con demasiada frecuencia los países africanos han sido tratados como instrumentos del progreso de otros países en lugar de ser los autores del suyo propio. Una y otra vez se les ha dicho que elijan un bando en las contiendas de las grandes potencias que sienten muy alejadas de las luchas diarias de sus pueblos.

Estados Unidos no dictará las decisiones de África. Tampoco debería hacerlo nadie más. El derecho a tomar estas decisiones pertenece a los africanos, y sólo a ellos.

Al mismo tiempo, Estados Unidos y el mundo esperarán que las naciones africanas defiendan las reglas del sistema internacional que tanto han contribuido a formar. Entre ellas se encuentra el derecho de todo país a que se respete su independencia, su soberanía y su integridad territorial, un principio que está en juego ahora en Ucrania.

Creemos que toda nación debe poder defender el derecho de un país a que no se redibujen sus fronteras por la fuerza, ya que si permitimos que se viole ese principio en cualquier lugar, lo debilitamos en todas partes.

La apertura también significa crear vías para la libre circulación de ideas, información e inversiones, lo que en el siglo XXI requiere la conectividad digital. Por ello, Estados Unidos se está asociando con gobiernos, empresas y empresarios africanos para construir y adaptar la infraestructura que permite esa conectividad: un Internet abierto, fiable, interoperable y seguro; centros de datos; computación en la nube.

Eso es lo que ocurrió en marzo, cuando Mozambique se convirtió en el primer país africano en obtener la licencia de la tecnología Starlink de SpaceX. Esta tecnología, que utiliza satélites para prestar servicios de Internet, va a contribuir a ampliar el acceso y a reducir los costes para la población de las zonas rurales del país.

Una de las razones por las que el servicio de Internet es tan irregular en lugares como Mozambique es porque los proveedores dependen de centros de datos que están a cientos o incluso miles de kilómetros de distancia. Estamos trabajando con países y empresas africanas para cambiar esta situación.

La Corporación Financiera de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (DFC) está destinando 300 millones de dólares a la financiación del desarrollo, la construcción y el funcionamiento de centros de datos en toda la región, incluso aquí en Sudáfrica.

Recientemente hemos adjudicado un contrato de 600 millones de dólares para la construcción de un cable de telecomunicaciones submarino que se extenderá a lo largo de 17.000 kilómetros, desde el sudeste asiático, pasando por Oriente Medio y el Cuerno de África, hasta Europa, que proporcionará conexiones seguras, fiables y de alta velocidad a personas de todo el continente.

La forma en que se construyan estas infraestructuras repercutirá durante décadas. Después de todo, hemos visto las consecuencias cuando los acuerdos internacionales sobre infraestructuras son corruptos y coercitivos, cuando están mal construidos o son destructivos para el medioambiente, cuando importan trabajadores o abusan de estos, o cargan a los países con deudas demoledoras.

Por eso es tan importante que los países tengan opciones, que puedan sopesarlas con transparencia, con la aportación de las comunidades locales sin presiones ni coacciones.

Ahora bien, desde que tienen su independencia, los países africanos también han reconocido que el derecho de los países a trazar su propio camino está ligado a garantizar el derecho de los ciudadanos individuales a hacer lo mismo.

Esto me lleva a nuestra segunda prioridad: trabajar con los socios africanos para cumplir la promesa de la democracia.

La inmensa mayoría de la población de toda África prefiere la democracia a cualquier otra forma de gobierno. Una mayoría aún mayor se opone a las alternativas autoritarias a la democracia. Más del 70 por ciento rechaza el gobierno militar; más del 80 por ciento rechaza el gobierno unipersonal, según la organización de encuestas Afrobarometer, con sede en África.

Los ciudadanos africanos quieren la democracia, eso está claro. La cuestión es si los gobiernos africanos pueden hacer que la democracia funcione mejorando la vida de sus ciudadanos de forma tangible. Este es un reto que no es exclusivo de África. Es un desafío al que se enfrentan las democracias de todo el mundo, incluido Estados Unidos. Y es un problema que no se solucionará manteniendo un solo enfoque.

Así que esto es lo que haremos de forma diferente. No trataremos la democracia como un área en la que África tiene problemas y Estados Unidos tiene soluciones. Reconocemos que nuestras democracias se enfrentan a desafíos comunes, que debemos abordar juntos, como iguales, junto a otros gobiernos, la sociedad civil y los ciudadanos.

Ese fue el espíritu que animó a los cien países que se reunieron en la Cumbre por la Democracia que el presidente Biden organizó el pasado diciembre. Este espíritu impulsará la Cumbre de Líderes Africanos que Estados Unidos acogerá en diciembre por primera vez desde 2014, lo que brindará la oportunidad de dar un mayor impulso a las prioridades comunes.

Trabajaremos con nuestros socios para hacer frente a las amenazas del siglo XXI a la democracia, como la desinformación, la vigilancia digital y la corrupción utilizada como arma. Pondremos en marcha un enfoque novedoso para la buena gobernanza, la Ley de Fragilidad Global, que invertirá durante una década en la promoción de sociedades más pacíficas, más inclusivas y más resistentes en lugares donde las condiciones son propicias para el conflicto, como Mozambique, del que hemos hablado hoy, los países costeros de África Occidental de Benín, Costa de Marfil, Ghana, Guinea y Togo.

En cada uno de estos lugares, empezamos preguntando a nuestros socios locales dónde nuestra ayuda puede marcar la mayor diferencia. Y estamos aprovechando décadas de lecciones aprendidas en la prevención de conflictos, como el cultivo de las relaciones entre líderes comunitarios, funcionarios del gobierno y fuerzas de seguridad, que son vitales para calmar las tensiones antes de que estallen en violencia; y la creación de resiliencia a los impactos desestabilizadores del cambio climático, como sequías más frecuentes y más graves.

Gracias al apoyo bipartidista en el Congreso de los Estados Unidos, esta iniciativa puede contar con 200 millones de dólares anuales de financiación, cada año, durante 10 años. Ese es el tipo de horizonte que nos permitirá mirar más allá de las soluciones rápidas.

Nos centraremos en la conexión entre democracia y seguridad. La historia demuestra que las democracias fuertes suelen ser más estables y menos propensas a los conflictos, y que la mala gobernanza, la exclusión y la corrupción inherentes a las democracias débiles las hacen más vulnerables a los movimientos extremistas y a la injerencia extranjera. Eso incluye al Grupo Wagner, respaldado por el Kremlin, que se aprovecha de la inestabilidad para saquear recursos y cometer abusos con impunidad, como hemos visto en Malí y la República Centroafricana.

Estados Unidos reconoce que los países africanos se enfrentan a verdaderos problemas de seguridad y que innumerables comunidades se ven afectadas por la doble lacra del terrorismo y la violencia. Pero la respuesta a esos problemas no es Wagner, ni ningún otro grupo mercenario.  La respuesta es trabajar para construir unas fuerzas de seguridad africanas más eficaces y responsables, que respeten los derechos de las personas, y atajar la marginación que a menudo empuja a la gente hacia grupos delictivos o extremistas. La respuesta es una diplomacia sostenida para poner fin a la violencia y abrir caminos hacia la paz, una diplomacia que cada vez más está dirigida por los líderes, las organizaciones regionales y los ciudadanos africanos.

Los países africanos pueden contar con Estados Unidos para apoyar estos esfuerzos, como hemos demostrado a través de nuestra participación en lugares como Chad, Etiopía, Sudán, el este de la RDC (República Democrática del Congo), que es un punto clave de mi visita esta semana.

Por último, la respuesta es la transición pacífica de poder, mediante elecciones libres y justas. Los líderes africanos subrayan cada vez más la importancia de estas transiciones para la seguridad y la prosperidad regionales. Esto incluye a la CEDEAO [Comunidad Económica de los Estados de África Occidental], que está debatiendo si sus 15 países miembros deben adoptar una prohibición de que los presidentes persigan un tercer mandato. Entre los defensores más acérrimos de la prohibición se encuentran los presidentes de Ghana y Nigeria, ambos en su segundo mandato.

Mañana, los keniatas elegirán un nuevo líder, y los angoleños harán lo mismo a finales de este mes. En 2023, los pueblos de la RDC, Nigeria y Senegal acudirán a las urnas. Cada una de estas elecciones es una oportunidad para que los ciudadanos y los países africanos reafirmen que los líderes deben rendir cuentas a sus pueblos, y refuercen los argumentos a favor de la democracia en la región y en todo el mundo.

En tercer lugar, trabajaremos juntos para recuperarnos de la devastación causada por COVID-19 y para sentar las bases de una oportunidad económica amplia y sostenible que mejore la vida de nuestros pueblos.

Sabemos que la pandemia ha asestado un golpe devastador a África: vidas perdidas, medios de vida destruidos. Más de 55 millones de africanos se han visto sumidos en la pobreza a causa de la pandemia, lo que ha hecho retroceder décadas de progreso que tanto había costado conseguir.  El dolor económico se ha visto agravado por la guerra no provocada de Rusia contra Ucrania.

Incluso antes de que el presidente Putin lanzara su invasión en pleno, 193 millones de personas en todo el mundo necesitaban ayuda alimentaria humanitaria. El Banco Mundial cree que la invasión rusa podría añadir otros 40 millones de personas a esta cifra sin precedentes. La mayoría están en África.

Estados Unidos está junto a los países africanos en esta crisis sin precedentes, porque eso es lo que hacen los socios unos para con otros, y porque ayudar a los africanos a iniciar una recuperación de amplia base y a crear resiliencia para hacer frente a futuras crisis causadas por el tiempo es vital para nuestra prosperidad común.

Así que permítanme compartir brevemente cómo lo estamos haciendo. Estamos reuniendo a otros países e instituciones internacionales para que den un paso adelante en desafíos clave, como el alivio de la deuda. Junto con Sudáfrica y otros miembros del G20, hemos contribuido a desarrollar un marco común para el alivio de la deuda, en el que participan por primera vez China y otros acreedores. En el caso de Zambia, este compromiso colectivo está preparado para desbloquear 1.400 millones de dólares en un programa del FMI diseñado para ayudar al país a volver a una senda económica estable y fomentar un crecimiento más resiliente e inclusivo para el pueblo zambiano.

También estamos proporcionando ayuda para salvar vidas. Desde principios de año, Estados Unidos ha enviado más de 6.600 millones de dólares en ayuda humanitaria y alimentaria a África.

Hace un par de meses, en mayo, convoqué una reunión ministerial sobre seguridad alimentaria mundial en las Naciones Unidas para tratar de reunir a los donantes con el fin de cerrar algunas de las brechas de financiación urgentes y permitir que los países afectados destaquen las áreas en las que necesitan apoyo. Nuestros colegas africanos dejaron claro que, más allá de la ayuda de emergencia, lo que realmente quieren es más inversión en resiliencia agrícola, innovación y autosuficiencia. Estamos respondiendo a esos llamamientos.

Nuestra iniciativa llamada Alimentar el Futuro invertirá 11.000 millones de dólares en cinco años en 20 países asociados, 16 de los cuales están en África. Y una nueva iniciativa que lanzamos con los Emiratos Árabes Unidos está impulsando la inversión y la innovación en la agricultura climáticamente inteligente.

Ahora bien, no se trata sólo de la agricultura. En toda una serie de campos, Estados Unidos está trabajando con socios africanos para intentar desencadenar la innovación y el crecimiento. Para ello, nos basamos en iniciativas lideradas por África, como la Zona de Libre Comercio Continental de África, que, cuando se aplique plenamente, constituirá el quinto bloque económico más grande del mundo, y también la Agenda 2063 de la Unión Africana.

Pensemos ahora en las infraestructuras. En la reunión del G7 celebrada recientemente, el Presidente Biden lideró el lanzamiento de la Asociación para la Infraestructura e Inversión Mundiales, que movilizará 600.000 millones de dólares a nivel mundial para proyectos concretos en los próximos cinco años. Estados Unidos se ha comprometido a recaudar 200.000 millones de dólares para este esfuerzo, y ya estamos ejecutando proyectos centrados en la salud, en la infraestructura digital, en la capacitación de mujeres y niñas, en la energía y en el clima.

Consideremos la juventud. Ayer me reuní con antiguos alumnos de la beca Mandela-Washington.  Desde que el presidente Obama puso en marcha el programa hace ocho años, más de 5.000 líderes emergentes de todos los países del África subsahariana han acudido a Estados Unidos para recibir formación académica y de liderazgo, construyendo habilidades y, lo que es igual de importante, relaciones que durarán toda la vida. La Red YALI, que proporciona herramientas, recursos y una comunidad virtual para jóvenes líderes africanos, cuenta ahora con más de 700.000 miembros.

Consideremos lo que estamos haciendo en materia de salud. En 2003, el presidente George W. Bush creó PEPFAR para realizar una inversión transformadora en la prevención, detección, tratamiento y atención del VIH. Es una de las mayores iniciativas, creo, que ha emprendido Estados Unidos durante mi vida. Desde entonces, hemos invertido más de 100.000 millones de dólares en este esfuerzo, casi todos ellos en socios del África subsahariana. Juntos, hemos salvado la vida de unos 21 millones de personas. Hemos evitado millones de infecciones más, incluyendo cinco millones y medio de bebés nacidos sin VIH.

Ahora, piensen en eso por un segundo. Estos son números grandes, y tenemos, hablamos de números, y a veces ello nos desafía a entender realmente de qué se trata. Cada uno de estos números es una vida individual, un destino individual, una historia individual. Y gracias a este increíble trabajo, esas historias han continuado, y van a contribuir mucho al mundo que compartimos.

Hoy en día, PEPFAR apoya a 70.000 clínicas de salud, 3.000 laboratorios, 300.000 trabajadores de la salud, y un sinnúmero de embajadores de “DREAMS”, que ayudan a mantener a las niñas adolescentes y mujeres jóvenes a salvo del VIH, incluyendo, creo, algunos que están aquí con nosotros hoy entre el público.

Estos esfuerzos están marcando una diferencia duradera en la vida de millones de africanos. Eso es lo que hemos visto durante la pandemia, cuando, además de proporcionar más de 170 millones de dosis de vacunas seguras y eficaces contra COVID a los países africanos; de forma gratuita y con más por llegar, los sistemas sanitarios que hemos construido juntos durante décadas han salvado innumerables vidas. Las clínicas que hemos construido juntos han atendido a las personas con los casos más graves de COVID. Los trabajadores sanitarios de la comunidad a los que hemos ayudado a formar han ido de puerta en puerta, poniendo inyecciones a la gente. Las asociaciones de investigación que hemos desarrollado conjuntamente han dado lugar a avances en la identificación de nuevas variantes de COVID y sus tratamientos.

Mientras tanto, nuestras asociaciones con instituciones sanitarias nacionales y regionales, como los CDC de África, han ayudado a detectar y responder a nuevos brotes, como nuestra reciente colaboración con Ghana para contener el primer caso de la enfermedad de Marburgo en ese país.

Y allí donde la pandemia también ha puesto de manifiesto lagunas, estamos trabajando para abordarlas juntos.

En febrero, reuní a los ministros de Asuntos Exteriores de 40 países, incluida la ministra Pandor, y a organismos multilaterales como la Unión Africana. Elaboramos un Plan de Acción Mundial que define las prioridades clave, como garantizar una distribución más equitativa de las vacunas, y fijamos objetivos concretos. A continuación, repartimos la responsabilidad entre nuestros países para alcanzar esos objetivos, aprovechando nuestras fuerzas complementarias. Y nos reunimos periódicamente para asegurarnos de que hacemos un seguimiento de nuestros progresos.

Junto con Sudáfrica, Indonesia y otros miembros del G20, también hemos creado un nuevo fondo histórico en el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud para la prevención, preparación y respuesta ante pandemias. Esto será fundamental para proporcionar un apoyo sostenible que refuerce la seguridad sanitaria de los países y regiones necesitados y rompa el ciclo de crisis y abandono. Siempre pasamos por lo mismo: crisis importante; nos reunimos; nos movilizamos; la crisis se acaba; volvemos a lo de siempre. No podemos permitirnos eso, y no lo haremos.

También hemos escuchado el deseo de los países africanos de ser autosuficientes en materia de vacunas. Estamos trabajando juntos para ayudarles a conseguirlo. En noviembre, visité una de las instalaciones de producción de vacunas que estamos ayudando a apoyar en Senegal. Y justo el mes pasado, el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos se asoció con Afrigen para compartir conocimientos técnicos sobre el desarrollo de vacunas ARNm de nueva generación, así como de tratamientos, y eso está ocurriendo aquí mismo, en Sudáfrica.

Toda esta colaboración es de interés mutuo, porque, como ha demostrado la pandemia, mientras cualquiera de nosotros esté en riesgo, todos lo estaremos.

Esto me lleva al último ámbito en el que nuestra colaboración es crucial: liderar la transición hacia una energía limpia que salve nuestro planeta, se adapte a los efectos del cambio climático y proporcione energía para impulsar las oportunidades económicas.

Las Naciones Unidas reconocen que África es la región más vulnerable del mundo a los efectos del clima. No hace mucho tiempo, teníamos que imaginar esos efectos. Hoy, los estamos viviendo. Lo vimos en abril, cuando unas inundaciones catastróficas mataron a más de 400 personas en los alrededores de Durban. Tormentas como las que causaron esas inundaciones, tienen ahora el doble de probabilidades de ocurrir debido al cambio climático, y eso sólo aumentará en frecuencia e intensidad a medida que la Tierra siga calentándose. Al igual que en Estados Unidos, las personas que ya tienen otras dificultades son las más afectadas.

Ahora bien, no podría estar más de acuerdo con la ministra de Asuntos Exteriores: no todos los países tienen la misma responsabilidad en esta crisis. Estados Unidos tiene alrededor del 4 por ciento de la población mundial; contribuimos con cerca del 11 por ciento de las emisiones globales, lo que nos convierte en el segundo mayor emisor después de China. El África subsahariana, que representa el 15 por ciento de la población mundial, sólo produce el 3 por ciento de las emisiones. E históricamente, las grandes economías como la nuestra tomaron medidas para desarrollarse que ahora pedimos a otros que renuncien porque hemos comprendido el impacto en el clima.

Reconocemos que este desequilibrio hace recaer una mayor responsabilidad en países como Estados Unidos, tanto para reducir nuestras propias emisiones como para ayudar a otros países a realizar la transición a la energía limpia y a adaptarse a un clima cambiante. Por eso, en la COP26, el presidente Biden se comprometió a trabajar con nuestro Congreso para dedicar 3.000 millones de dólares al año a ayudar a la población de los países más vulnerables a adaptarse a los impactos del cambio climático. Puesto que 17 de los 20 países más vulnerables al clima del mundo se encuentran en África, gran parte de esta ayuda se destinará al África subsahariana. Y trataremos de aprovechar estos y otros esfuerzos en la COP27 que se celebrará en Egipto a finales de este año.

Ahora bien, líderes de toda África han dejado claro que, si bien se han comprometido a poner de su parte para reducir el cambio climático, necesitan un acceso mayor y más fiable a la energía para satisfacer las necesidades urgentes y crecientes de la población. Les escuchamos.

Sabemos que esta transición no será igual en todos los países o comunidades, que deberá adaptarse a las capacidades y circunstancias individuales. Y Estados Unidos se compromete a colaborar estrechamente con ustedes para determinar la mejor manera de satisfacer sus necesidades específicas de ampliar el acceso a la energía y el desarrollo económico, así como los objetivos climáticos que se hayan fijado. También nos comprometemos a ayudarles a apoyar a los trabajadores y comunidades que soportarán los mayores costes a corto plazo del cambio a la energía limpia. Todo esto forma parte de lo que llamamos una transición energética justa.

Pero creo que es un error pensar en el clima sólo a través del prisma de las amenazas y las cargas, o enmarcarlo como una elección entre prevenir una catástrofe y crear oportunidades. Tenemos una oportunidad única para ampliar el acceso a la energía y crear oportunidades, tanto para los africanos como para los estadounidenses. A eso se refiere el presidente Biden cuando dice: “Cuando pienso en el cambio climático, pienso en puestos de trabajo”.

Ya estamos demostrando cómo se puede hacer. En Ghana, estamos trabajando con socios para construir la primera planta híbrida solar-hidráulica de África Occidental. Mejorará la fiabilidad, reducirá los costes y reducirá más de 47.000 toneladas de emisiones al año. Esto equivale a retirar unos 10.000 autos de la circulación. En Kenia, donde el 90 por ciento de la energía procede de fuentes renovables, las empresas estadounidenses han invertido 570 millones de dólares en los mercados de energía no conectados a la red, creando 40.000 empleos ecológicos.

También estamos trabajando juntos para conservar y restaurar los ecosistemas naturales del continente, que son cruciales para reducir las emisiones y preservar la extraordinaria y única biodiversidad del continente. Esto significa ofrecer incentivos reales para que los gobiernos y las comunidades opten por la conservación en lugar de la deforestación, y no sólo promesas, porque las consecuencias duraderas de la pérdida de bosques como el de la cuenca del Congo, el primer pulmón del mundo, serán devastadoras e irreversibles para las comunidades locales y de todo el mundo.

Si retrocedemos un paso y pensamos por un minuto en las prioridades que he expuesto hoy, la realidad es que cada una de ellas fue defendida por los africanos en primer lugar: la interconexión de nuestra salud y nuestro clima, el principio de que todos los países deberían tener derecho a elegir su propio destino, la idea de que la desigualdad dentro de las naciones y entre ellas amenaza nuestra seguridad y prosperidad comunes. Durante décadas, los ciudadanos africanos, los países africanos, el bloque de naciones africanas, han presionado por estas mismas prioridades. Y hoy, en beneficio de los ciudadanos de Estados Unidos y de todos los países, estas son las prioridades del mundo.

Ahora mismo, en el cabo Norte de Sudáfrica, el mayor radiotelescopio del mundo, el MeerKAT, está captando algunas de las vistas más detalladas que jamás hayamos tenido del espacio. Una serie de imágenes publicadas en enero muestran estallidos cinéticos de energía, rojos y naranjas incandescentes, generados por cien millones de estrellas en la Vía Láctea, a 25.000 años luz de distancia.

La producción de una sola de estas imágenes requirió 70 terabytes de datos. Su procesamiento llevó tres años, y forma parte de la investigación de vanguardia que se lleva a cabo aquí mismo, en Sudáfrica. Y esto en un país donde, como escribió un académico, y cito, “Antes de 1994, la inversión pública… era en gran medida un instrumento para avanzar en los objetivos del gobierno del apartheid”. Se trata de la Dra. Pandor, por cierto, que lo escribió cuando era ministra de Ciencia y Tecnología. (Aplausos).

Cuando se publicaron las imágenes de MeerKAT, el científico jefe del Observatorio Radioastronómico de Sudáfrica dijo: “Los mejores telescopios amplían nuestros horizontes de forma inesperada”. Piensen, por un momento, en todos los horizontes ampliados por esas imágenes. Piensen en los científicos de todo el mundo que utilizan los datos del MeerKAT para desentrañar los mayores misterios de la existencia humana, como por ejemplo si hay vida más allá de la Tierra. Piensen en los escolares sudafricanos que visitan regularmente las enormes antenas de MeerKAT-64, e imaginen todas las cosas que les inspirarán.

Lo que es cierto de los mejores telescopios es cierto de las mejores asociaciones: Amplían nuestros horizontes de forma inesperada. Para resolver problemas, sí, pero también para maravillarse, para explorar, para inspirar. Los países africanos y Estados Unidos tienen mucho más que hacer juntos en muchos campos, incluso en algunos que aún no hemos descubierto.  Como socios, nos corresponde a nosotros llegar a ese horizonte.

Muchísimas gracias. (Aplausos).


Para ver el texto original ir a: https://www.state.gov/vital-partners-shared-priorities-the-biden-administrations-sub-saharan-africa-strategy/

Esta traducción se proporciona como una cortesía y únicamente debe considerarse fidedigna la fuente original en inglés.

U.S. Department of State

The Lessons of 1989: Freedom and Our Future